A principios de este año comencé como bien me había dicho Cristina a colaborar con la Cruzada, realizamos cartas de pedido de donaciones a las Empresas, realizamos afiches, que luego distribuimos por diferentes barrios, los mismos contenían las necesidades que deberíamos cubrir y los datos para que la gente acerque donaciones. Además hicimos algunas notas en diarios, en radios y en páginas web. A través de otros colaboradores se fueron consiguiendo los alimentos, medicamentos, ropas, herramientas y juguetes, llegamos a juntar casi 30.000 kilos de mercadería y las mismas se cargaron en los camiones que contrató Cristina Sanchez desde su Fundación. Todas las donaciones se fueron guardando en la casita que consiguió Agustín. Los días fueron pasando, la gente se comprometió con nosotros y llegó el día tan esperado. Lunes 26 de julio, pasada la medianoche, dos camiones, dos camionetas y un auto con tráiler estaban listos para comenzar la Cruzada. Todos los vehículos identificados con los logos de la Fundación Corriente Cálida Humanística, nosotros, los que viajamos desde Buenos Aires, éramos diez. Felices de emprender este viaje a lo desconocido, a lugares donde muy pocos llegan, ya que es muy difícil encontrarlos en el mapa. A pesar del viaje lento y agotador, el lunes por la noche habíamos llegado a Resistencia, Chaco, allí se sumaron dos personas más, Hugo y Corina, que habían estado recolectando donaciones desde su lugar de origen y además habían colaborado desde allá con el relevamiento del viaje.
Desde allí emprendimos el viaje hasta Comandancia Frías aproximadamente unos 520 km. De los cuales más de la mitad eran de tierra. Era martes 27 de julio, pasamos varios pueblos hasta que al anochecer todo el grupo se reunió en el lugar que sería base de operaciones. Nos acomodamos como pudimos en una casa y al otro día, ya miércoles 28, iniciamos el camino a Fortín Belgrano, que distaba a unos 60 km de Comandancia Frías, vale aclarar que a esa altura, ya ni recordábamos lo que era el asfalto, todo era tierra y nos acompaño hasta el final de nuestro objetivo. Ese día a las ocho de la mañana al llegar a Fortín Belgrano, tuve una mezcla de emociones, por un lado feliz, por ayudar a toda la gente que se acercaba, pero estaba el lado oscuro, el lado que nadie ve o no quiere ver, la pobreza. La pobreza en todas las formas que se la puede conocer. Sin luz, sin agua, sin calzado, Desnutrición, gente sin aspiraciones, sin futuro sin objetivos de vida. Pero la fuerza que tenían era algo increíble, verlos derrotados y a la vez aún con ganas de salir adelante nos enseñó que nunca hay que bajar los brazos, ni en las peores situaciones.
Allí, todos colaborando con esta visión de vida que había tenido Cristina Sanchez, nos organizamos y comenzamos a darle a la comunidad muchas cosas de primera necesidad, entre ellas, alimentos, ropas, medicamentos, herramientas y para los pequeños, también teníamos peluches y juguetes.
Luego de una jornada agotadora, continuamos el viaje y esa noche llegamos a El Tartagal, a 30 km de Fortín Belgrano. Quizá la distancia parezca corta, pero cuando hay que llevar 30.000 kilos de mercadería por caminos de tierra que no tienen indicaciones, donde los GPS no funcionan, donde ya es de noche y sólo las luces de los vehículos te hacen sentir vivo, es donde pensás y pensás y no podés creer como hace esa gente para subsistir.
Jueves 29 de julio, amanecía en El Tartagal, como podíamos nos higienizábamos, ya que no existía el agua corriente y a las 7 de la mañana en punto estábamos listos para comenzar la jornada.
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